Se nos pidió pensar en aquellas palabras que fueran
ásperas o secas y casi al instante recordé una película que había visto la
noche anterior. En ella algunos vocablos utilizados por los personajes más
intolerantes y crueles de la historia de la humanidad me generaban la sensación
de dolor, con si me estuvieran raspando, era un dolor que no mataba, era lento,
como si frotaran una lija sobre mi piel, no iba a morir seguro, pero como dolía.
Débil, débil repetían.
En esta escena en particular, el marido de esta
mujer la arrastraba fuera de su casa a los tirones y empujones sin reparar en
su llanto desgarrador y ya en tono de suplica humillante. Lo hacía porque su
mujer quería poder votar y en ese acto ser considerada como un ciudadano más.
Que estupidez me pareció, estar luchando porque la consideren humano, que
estupidez pensé sentir vergüenza de aquello. Hasta ahí la escena generaba en mi
un desasosiego, germinaba una pregunta, pero ¿cómo puede ser? Y la falta de
respuestas secaba mi garganta, algún ente siniestro, me succionaba, me quitaba
el habla y esa palabra que luchaba por salir, que quería ser gritada, clavaba
sus uñas en mi interior, en el mío y en el de ella. Derechos, derechos, repetía.
Y ya no pudimos dejar de masticarla, mas gritarla hasta en nuestro día es algo
diferente.
La vida de aquella mujer se perdía en un mundo de
incomprensión y un mundo que poco la valoraba, o, mejor dicho, si tenía un
valor, el mismo que el de un perro dependiendo de su amo para sobrevivir.
Las desventuras por así decirlo y ahí va una palabra
florida, y es que aventura me da la sensación de cuento infantil y la
desventura seria algo así como lo trágico de este cuento, la parte triste de la
historia, aunque suave, rebajada. Algo muy distinto fue lo que vivió nuestra
dama.
Su cuento estaba marcado por la tragedia y el
dolor.
Luego de haber sido desahuciada, su jefe la dejo
sin trabajo porque al señor le daba vergüenza la lucha sufragista, no así
abusar de ella cuando solo tenia 12 años. ¡No! Vergüenza es votar. Tuvo que
vivir en la calle, ir presa, ser golpeada, humillada, padecer de hambre y lo
peor de todo, la indiferencia de algunas de sus pares.
Que desteñida esta la amistad, el amor, y la
solidaridad en nuestra sociedad y en aquella pensé. Que mucho se habla de eso y
que poco actuamos a su favor, que bonitas son cuando están nuevas, cuando
tienen la forma que deseas y sus colores están vivos. Que diferente cuando ya
las usamos mucho y su forma cambia, sus colores se apagan y empiezan a mostrar
pequeños hilos descocidos. Generalmente el destino de esa prenda-palabra es uno
solo, la basura.
Y recordé al marido de nuestra historia que tiro a
la basura a su mujer cuando esta ya no fue lo que el deseaba despojándola de todo
y de su hijo.
Su hijo fue una mas de las desventuras propias de
nuestra protagonista. El marido no podía trabajar y cuidar a su hijo solo. ¡AH
NO! Eso no era cosa de hombre, entonces decidió dar en adopción al pequeño, muy
común en esa época. El llanto, el ruego aterrado de aquella mujer, de esa
madre….
Podrían imaginarse como estaban las uñas de mi
palabra, se hundían en mi garganta. Derechos, derechos gritaban por dentro y
sangraba, raspaba, asfixiaba.
No puedo contarles el final, solo puedo decirles
que abrace a mis dos hijas mujeres y enojada por haberla despertado la mayor me
dijo …” mama ya te dije, es una peli, no es verdad, no tenès que llorar…”
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